La historia de la herejía
medieval es, en buena medida, la de la tolerancia y la represión y, en último
término, la del reconocimiento del poder de la curia de Roma
Desde sus orígenes la historia del cristianismo
está marcada por la aparición recurrente de movimientos heréticos, que ponen en
cuestión los dogmas oficiales, la “ortodoxia”, en búsqueda de lo que los
disidentes consideran como una religión más pura y auténtica. Entre las
primeras herejías que surgieron en la Europa occidental se cuentan la del
hispano Prisciliano, a finales del siglo IV, y la de Pelagio, muy poco
posterior. Pero el gran momento de las herejías, lo que podría llamarse su
“edad de oro”, llegó en la edad media, principalmente a partir del siglo XII.
La crítica popular contra los abusos de la Iglesia, sus exacciones fiscales o
la mala vida de los clérigos, derivó no en un rechazo de la religión, sino en
la búsqueda de una fe más sincera y profunda. A través de la lectura del Nuevo
Testamento fueron muchos los que trataron de poner en práctica los preceptos
evangélicos hasta sus últimas consecuencias. Entre estos se encontraba el
precepto de la pobreza, que dio lugar a los movimientos llamados de “pobreza
voluntaria”. Algunos de estos fueron asumidos por la Iglesia constitucional,
pero otros se encarnaron en grupos de laicos que provocaron en seguida los
recelos de las autoridades eclesiásticas. Tal fue el caso de los valdenses,
aparecidos en Lyon a finales del siglo XII, y todavía más de los cátaros (o
“puros”), que se extendieron por el sur de Francia a principios del siglo XIII
hasta ser liquidados por una cruzada religiosa inmisericorde y por la
vigilancia de la Inquisición, creada precisamente entonces.
Desde ese momento y hasta el siglo XIV aparecieron otros movimientos heterodoxos de carácter similar, como los franciscanos “espirituales”, los seguidores de Joaquín de Fiore, la herejía de Wyclif en Inglaterra o los hussitas en Bohemia y Hungría. Todos fueron reprimidos con dureza. Pero su germen rebrotaría a principios del siglo XVI con los movimientos protestantes que, esta vez sí, lograron imponerse frente a la Iglesia católica.
Desde ese momento y hasta el siglo XIV aparecieron otros movimientos heterodoxos de carácter similar, como los franciscanos “espirituales”, los seguidores de Joaquín de Fiore, la herejía de Wyclif en Inglaterra o los hussitas en Bohemia y Hungría. Todos fueron reprimidos con dureza. Pero su germen rebrotaría a principios del siglo XVI con los movimientos protestantes que, esta vez sí, lograron imponerse frente a la Iglesia católica.
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