miércoles, 18 de mayo de 2011

La decisiva batalla de las Termópilas



En el año 480 a.C., durante la segunda guerra médica, un inmenso ejército persa tuvo que emplear todos sus recursos para doblegar a 300 guerreros espartanos en el paso de las Termópilas. Éstos, comandados por su rey Leónidas, no dudaron en sacrificar sus vidas en favor de la salvación de Grecia.




En el año 480 a.C., en el curso de la segunda guerra médica, un puñado de combatientes helénicos detuvo durante tres días a un vasto ejército persa. Sabían que les aguardaba la muerte, pero no vacilaron en cumplir con su misión, y su sacrificio permitió la salvación de Grecia. Jerjes, el Gran Rey, señor del Imperio persa, había decidido conquistar y someter Grecia para vengar la vergonzosa derrota sufrida por su padre, Darío I, ante los atenienses en la batalla de Maratón librada diez años antes, en 490 a.C. Con este fin reunió un ejército inmenso, cuyos efectivos debían de oscilar entre 90.000 y 300.000 hombres. También remitió embajadores a las principales ciudades griegas, con un único mensaje: «Tierra y agua». La entrega de agua y tierra al Gran Rey suponía someterse a su poder, y algunos griegos lo hicieron. Pero no todos quisieron olvidar su libertad, y hubo quienes decidieron resistir hasta la victoria o el desastre. Reunidas todas las naciones de Asia en su ejército, Jerjes comandó sus tropas hasta Grecia. Mientras, oscuros presagios -un eclipse, una tempestad o el imposible parto de una mula- anunciaban desgracias y muchos pensaron que el Gran Rey había insultado a los dioses al lanzar la invasión. Ajeno a ello, el monarca condujo sus tropas hasta el norte de Grecia donde un angosto sendero discurría entre las montañas y el mar. El desfiladero que separaba a Jerjes de Grecia recibía el nombre de Termópilas, «Puertas Calientes», a causa de las aguas termales que brotaban en sus inmediaciones. Era el lugar donde, según el mito, había muerto el legendario Heracles y se lo consideraba la entrada a Grecia. Corría el mes de agosto del año 480 a.C. En Grecia nadie dudaba de que el mando militar tenía que estar en manos de los espartanos. 
Los hombres de Esparta dedicaban su vida al entrenamiento constante de sus cuerpos para el combate. Pero Esparta mantenía férreamente sus tradiciones y en aquellos momentos estaba celebrando las fiestas sagradas en honor del diosApolo, las Carneias, durante las cuales estaba prohibido movilizar al ejército. En consecuencia, Leónidas, uno de los diarcas o reyes de Esparta, decidió tomar las riendas de la situación y someterse al juicio de la historia. Al no poder movilizar el ejército espartano para la guerra, convocó a los miembros de la guardia real y escogió entre ellos a quienes tenían hijos varones, con lo que aseguraba la supervivencia de sus familias si perecían en combate. Así reunió a trescientos espartanos, con los que se encaminó hacia el norte para frenar el avance del amenazador ejército enemigo. Aunque Leónidas comandaba a sus trescientos hombres, le acompañaban otros contingentes de procedencia muy diversa. Desde el Peloponeso habían venido periecos e ilotas, habitantes de las inmediaciones del territorio de Esparta, escogidos por Leónidas con su mismo cuidado tanto para su valía como por su rectitud moral. Se le sumaron fuerzas provenientes de Tespia y Focea, así como algunos locrios; e incluso los beocios (los habitantes de la región de Tebas), de quienes ningún griego se fiaba entonces porque eran sospechosos de pactar con el enemigo, enviaron algunos escuadrones. De este modo, es probable que las fuerzas griegas ascendieran a unos 7.000 combatientes. Los persas atacaron con decisión, fiados en su superioridad numérica. Sin embargo, pese a que sus caídos eran reemplazados inmediatamente por hombres de refresco, los guerreros comandados por Leónidas no parecían menguar en la misma proporción y cerraban con su falange el fondo del desfiladero. 

El éxito de los griegos se basaba en su formación: la falange. Mediante un armamento sencillo, compuesto esencialmente de un casco, una lanza y un escudo redondo llamado hoplón (que daba nombre al hoplita), los griegos desarrollaron un sistema de combate revolucionario, fundamentado en la solidaridad defensiva y el mantenimiento de la línea. Cuando Leónidas cayó, sus hombres lucharon hasta el último aliento por defender su cuerpo. El cadáver del rey espartano sería cruelmente mutilado por los persas, quienes cortaron su cabeza para colgarla de un palo. Al fin y al cabo, Leónidas era, a sus ojos, responsable de la muerte de miles de sus compañeros. Pero él y sus hombres pasaron a ser, por su sacrificio, héroes imperecederos, símbolos del valor y de la entrega.

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