Piratas, corsarios y filibusteros sembraron el terror en los mares durante el siglo XVIII. A la vista del pabellón pirata, pocos barcos se resistían al abordaje. Pero la mayoría de estos diestros navegantes, que tenían sus propias leyes y elegían a sus jefes por votación, tuvo un final violento.
A principios del siglo XVIII, el mar Caribe fue escenario de las correrías de múltiples bandas de piratas, que aterrorizaron a los comerciantes y pusieron en jaque a las autoridades. Fue América, y sobre todo el mar Caribe, la zona que durante el siglo XVII y principios del XVIII se convirtió en tierra de promisión para los piratas. Desde el siglo XVI empezaron a actuar allí numerosos corsarios -que actuaban por cuenta de un Estado-, marinos como Drake o Morgan, que asaltaban barcos e incluso ciuades hispanas. A mediados del siglo XVII aparecieron los llamados bucaneros y filibusteros. Los primeros eran aventureros que se instalaron en la región deshabitada de La Española. En las décadas centrales del siglo XVII se lanzaron a la piratería, al igual que los filibusteros, término derivado del holandés 'vrijbuiter', «que toma botín libremente». Pero fue a principios del siglo XVIII cuando la piratería vivió su auge en el Caribe; un periodo corto, de unos pocos años, durante el cual unos centenares de piratas -en total, tal vez unos 4.000- sembraron el terror entre los mercaderes, que surcaban las aguas caribeñas.
En 1715, al final de la guerra de Sucesión de España, muchos marinos sin trabajo y antiguos corsarios se integraron en bandas piratas y amenazaron el Caribe. El salto a la piratería se daba a veces después de un motín o al ser capturado por piratas, en cuyas tripulaciones muchos se enrolaban voluntariamente y otros a la fuerza. Casi todos los piratas eran jóvenes, ya que la dureza del oficio requería salud, fuerza física y resistencia. Además, casi todos los piratas estaban solteros, pues los capitanes preferían contar con tripulantes que no tuvieran que desertar por motivos familiares. Las costas del Caribe ofrecían numerosas calas recónditas e islas deshabitadas ideales para que los piratas se refugiaran y repararan sus barcos. En la edad de oro de los piratas, el gran centro corsario fue una isla de las Bahamas, Nueva Providencia, y su puerto de Nassau. Allí se formó un auténtico nido de piratas, que provocó la expulsión del gobernador inglés y nutrió las expediciones de los grandes corsarios de esos años: Hornigold, Vane, Calico Jack, Bellamy, Barbanegra, Bartholomew Roberts... Ante la presencia de un barco pirata eran pocos los buques que se resistían. Una vez abordado el barco, lo primero que exigían los piratas era que se les revelara dónde se escondía el tesoro. Según varios informes de las víctimas de Charles Vane, cuando éste asaltaba un barco elegía a un marinero para someterlo a toda clase de torturas hasta que confesaba dónde estaba el dinero.
El auge de la piratería provocó pronto la intervención de los Estados, en particular de Gran Bretaña, gran dominadora del comercio atlántico. En 1717, Jorge I de Inglaterra ofreció el perdón a los capitanes y tripulaciones que abandonaran el oficio, y amenazó a los demás con una persecución implacable. Así cayeron los grandes capitanes filibusteros que habían campado a sus anchas por el Caribe.
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