El sucesor de Augusto en el trono de Roma se hizo pronto impopular por su carácter retraído y taciturno. Hastiado por ese ambiente, Tiberio decidió retirarse a la isla de Capri, donde se entregó, según se dijo, a orgías y excesos. Mientras tanto, su favorito Sejano gobernaba el Imperio en Roma, hasta que llegaron a oídos del emperador rumores de que conspiraba contra él.
Hombre taciturno y retraído, Tiberio gobernó los destinos de Roma desde la isla de Capri, donde disfrutó de un retiro dorado y dejó el gobierno del Imperio en manos de Sejano, su ambicioso favorito. En el año 14 d.C., el emperador Augusto designaba a su hijo adoptivo Tiberio como sucesor en la dignidad imperial. Lo hacía más por necesidad que por voluntad, ante la desaparición de sus nietos preferidos -Cayo y Lucio, los «hijos» de los que hablaba en su testamento- en circunstancias sospechosas, tras las que algunos vieron la mano de Livia, la influyente esposa de Augusto y madre de Tiberio. El pueblo conocía de él especialmente sus virtudes militares, su resistencia en la batalla, su capacidad para mantener la disciplina entre las tropas y su sobria vida castrense, que compartía con sus soldados. A los 19 años había sido cuestor y se había ocupado de paliar la grave hambruna que entonces azotaba Roma. Había sido cónsul en dos ocasiones antes del ascenso al trono y había obtenido la potestad tribunicia en el año 6 a.C. Suetonio y Tácito coinciden en resaltar como rasgos de su carácter la antipatía, el resentimiento y la necesidad de soledad, consecuencia de su timidez. Pero, a pesar de ese carácter arisco y tímido, Tiberio tenía una preparación excelente para el gobierno y fue para algunos «modelo de perfección burocrática». Sin embargo, Tiberio no dejó nunca de ser un títere de ambiciones ajenas, primero de su madre y después de su principal favorito, Sejano. En el año 26 d.C., cuando tenía ya 68 años, quiso sacudirse el yugo de Livia trasladándose a un lugar alejado de Roma. La decisión definitiva parece que la tomó Tiberio tras una disputa con su madre, durante la cual Livia hizo leer unos «documentos mortificantes» escritos por Augusto en los que criticaba «el carácter intratable de su hijastro». El pretexto oficial para la huida fue un viaje por la Campania para dedicar un templo a Júpiter en Capua y otro a Augusto en Nola.
Una vez cumplidas las ceremonias, Tiberio se dirigió a Capri, una pequeña isla en el mar Tirreno, frente a la península Sorrentina, en el golfo de Nápoles, donde se había hecho construir una suntuosa residencia: la ‘villa Iovis’ («villa de Júpiter»). Tiberio se instaló en Capri de forma definitiva y no volvió nunca más a Roma, ni siquiera para asistir a los funerales de su madre. Desde el año 26 d.C., Capri se convirtió en sede de la mayor residencia imperial hasta entonces conocida -pues la ‘villa Iovis’, con sus más de 7.000 metros cuadrados, ocupaba tres veces la extensión de la casa imperial en el monte Palatino de Roma- y en el centro de la administración del Imperio. Tiberio dejó el gobierno de Roma en manos de Sejano, el prefecto del pretorio. Más adelante, se descubrió el complot de Sejano, que fue condenado a muerte. Tiberio nombró sucesores a su nieto Gemelo y a Calígula, hijo de Germánico. Tiberio preparó la escolta para su regreso a Roma, pero no se decidió a entrar en la ciudad y volvió de nuevo a Capri donde permaneció los cinco años siguientes hasta su fallecimiento, el 26 de marzo del año 37 d.C.
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