miércoles, 18 de mayo de 2011

El Código de Hammurabi


En el año 1750 a.C., Hammurabi, el poderoso rey de Babilonia, hizo grabar en una estela de basalto un conjunto de 282 leyes para todos los súbditos de su vasto imperio. Allí se regulaban delitos como el robo, el adulterio, el asesinato o las falsas acusaciones, que se pagaban con la muerte.

Hacia 1750 a.C., el rey de Babilonia hizo grabar en una estela un conjunto de casi trescientas leyes, que regulaban delitos como el robo, el adulterio, las agresiones y el homicidio. «Si un hombre acusa a otro hombre y le imputa un asesinato pero no puede probarlo, su acusador será ejecutado»; ésta es la primera de las cerca de trescientas leyes que contiene el Código de Hammurabi, uno de los textos legales más antiguos de la humanidad. Las otras disposiciones trataban las materias más diversas: homicidios, ofensas a las personas, delitos sexuales, robos, herencias, préstamos, alquileres, falsas acusaciones, situación jurídica de los esclavos, matrimonio e infidelidades, pago de impuestos, compra-venta de tierras y otros bienes... Todo ello aparece inscrito sobre una gran estela de basalto, de 2,25 metros de altura, localizada en 1902 en Susa (al sur del actual Irán) por el arqueólogo francés Jacques de Morgan. El texto, en lengua acadia y en escritura cuneiforme, consta de 52 columnas, 24 en la parte delantera de la estela y 28 en la posterior, que suman un total de 3.600 líneas. Dentro de ese texto se incluye un prólogo del autor del Código, el rey babilonio Hammurabi, en el que comenta su elección como rey y hace un repaso a su gloriosa carrera: «Anum y Enlil me señalaron a mí, Hammurabi, príncipe piadoso, temeroso de mi dios, para proclamar el derecho en el País, para destruir al malvado y al perverso, para impedir que el fuerte oprimiera al débil, para que me elevara, semejante a Shamash [el dios Sol], sobre las cabezas negras [los hombres] e iluminara el País y para asegurar el bienestar de las gentes». Más de un siglo después de su descubrimiento, muchos historiadores se han preguntado sobre la auténtica finalidad de la estela de Hammurabi: ¿se trata de un código legal que tuvo una aplicación práctica en la vida diaria de los súbditos del imperio, o bien constituyó únicamente un elemento propagandístico sin valor legislativo alguno? Desde que el texto de la estela se tradujo y se editó por primera vez, se dio por sentado que se trataba de un auténtico código legal, exhaustivo y coherente, y que había sido promulgado por Hammurabi al modo de una ley. Sin embargo, si uno se fija bien, se percatará de que, respecto al Código de Hammurabi, no podemos usar el término «código» más que entre comillas, puesto que en él no se engloban la totalidad de las leyes existentes en el siglo XVIII a.C. en Babilonia. Por otro lado, leyendo los artículos legales plasmados en él, nos damos cuenta de que tienen muy poco de carácter general o universal, si es que tienen algo. Esos artículos se presentan más como casos particulares que como normas generales aplicables a todos los supuestos. Para entender lo que realmente fue el Código de Hammurabi es necesario consultar otros documentos de la época, en concreto unas cartas del propio soberano, escritas sobre tablillas de arcilla, en las que Hammurabi tomaba decisiones sobre determinados temas particulares. En consecuencia, podemos pensar que, en realidad más que de leyes generales, el cuerpo del Código está compuesto por un conjunto de decisiones y sentencias del rey, tal como queda de manifiesto en algunas de ellas: «Si no tiene dinero para devolver, le dará al mercader cebada o sésamo, a precio de mercado, por el dinero -y sus intereses- que él tomó prestado del mercader, a tenor del edicto real» (art. 51). Las numerosas copias que se hicieron del Código de Hammurabi a lo largo de los siglos en el mundo mesopotámico no se explican por su utilidad práctica, sino por una finalidad simbólica: el Código daba muestra de la conducta perfecta de que debía de hacer gala cualquier rey, a partir de una de sus funciones más importantes, la administración de la justicia y de la equidad en nombre del dios que emanaban ambos principios, Shamash, que con su luz iluminaba el sendero de la rectitud de su elegido, el rey, y éste el de su pueblo.

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