El 16 de julio de 1212, un gran ejército formado por los reyes Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón, asistido por cruzados llegados de toda Europa, se enfrentó a los musulmanes al mando del califa almohade Muhammad al-Nasir. Fue la batalla más importante y decisiva de la Reconquista, una victoria cristiana que condujo a la ocupación de Andalucía.
En el año 1212, los almohades, dueños del norte de África y señores de Al-Andalus, sufrieron una cruenta derrota en las Navas a manos del más poderoso ejército cristiano jamás reunido en la península Ibérica. El lunes 16 de julio de 1212, un compacto ejército conducido por los reyes Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra se enfrentó a los guerreros andalusíes y norteafricanos agrupados bajo el estandarte del califa almohade Abu Abd Allah Muhammad al-Nasir. El choque, que tuvo lugar en los llanos o navas próximos al puerto de Muradal, en Sierra Morena, quizás implicó a más de ciento cincuenta mil hombres y fue brutal y sangriento. ¿Cómo se había llegado a entablar un choque de semejante magnitud? Para entenderlo, debemos retroceder hasta la segunda mitad del siglo XII, cuando el panorama militar de la Reconquista en el centro de la península estaba dominado por el afán de defender la frontera cristiana próxima al Tajo, que pivotaba en torno a Toledo.
La debilidad y el aislamiento político de los cinco reinos cristianos peninsulares -Castilla, León, la Corona de Aragón, Navarra y Portugal- no permitían pensar en destruir a los almohades. Éstos, que sustentaban una interpretación rigorista del Islam, habían forjado un imperio norteafricano al que incorporaron al-Andalus desde mediados de aquella centuria, en el apogeo de su poder. Los monarcas de los reinos cristianos no buscaron los grandes choques frontales. La batalla de las Navas de Tolosa fue una excepción, fruto de la estrategia del rey castellano Alfonso VIII, quien -con el beneplácito del papado, Navarra y la Corona de Aragón- ansiaba resarcirse de la dolorosa derrota que había sufrido el 19 de julio de 1195 en Alarcos ante el califa almohade Abu Yusuf Yaqub al-Mansur. Dos años después, Alfonso VIII firmó una tregua de una década con el califa, necesaria para ambos contendientes: los almohades tenían que hacer frente a nuevas amenazas en el norte de África, mientras que el rey de Castilla tenía problemas con León y Navarra. Alfonso VIII aprovechó la paz con los almohades para resolver sus disputas con sus vecinos cristianos. Pactó treguas con Alfonso IX de León para asegurar el flanco oeste de su reino, y luego cayó con todo su poder sobre los dominios de Sancho VII de Navarra, al que obligó a firmar la paz. Desde entonces, el rey castellano sólo vivió para preparar el desquite de Alarcos. La progresiva inhibición de los almohades en lo relativo a los asuntos de al-Andalus, derivada en gran parte de sus problemas en África, permitió a Alfonso VIII avanzar sus fronteras meridionales.
En este marco de avances castellanos, muy pronto se abrió camino la idea de unidad de los reinos cristianos peninsulares para combatir a los almohades bajo el liderazgo del soberano de Castilla. Cuando expiraron las treguas firmadas con los almohades, el rey se sintió lo bastante fuerte para atravesar el Tajo y atacar las tierras de Jaén y Baeza; mientras, en 1210, la orden de Calatrava marchó contra Andújar. Por su parte, Pedro II de Aragón, siguiendo el ejemplo castellano, penetró en las tierras castellonenses y se apoderó de varias poblaciones. Después de este preludio, los dos bandos se prepararon abiertamente para la guerra. A la «reconquista cruzada» de los reinos cristianos y el papado se opuso la yihad o guerra santa de norteafricanos y andalusíes. Los estudios actuales cifran los efectivos almohades en torno a cien mil combatientes entre peones y caballeros, y los cristianos en poco más de diez mil caballeros, en su mayor parte caballería acorazada, y cerca de cincuenta mil peones. Tan solo unos días después de las Navas, Alfonso VIII entraba en Baños de la Encina y Vilches, ya en Andalucía. La ciudad de Baeza fue incendiada, y Úbeda, tomada al asalto por los aragoneses, se convirtió en un montón de ruinas.
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