Durante tres mil años, las «palabras divinas», como las llamaban los egipcios, fueron inscritas en estatuas y en muros de templos y tumbas para recordar las gestas de los reyes y fijar los textos sagrados; su conocimiento estuvo en manos de los sacerdotes hasta el final del mundo faraónico.
Durante tres mil años, las «palabras divinas», como llamaban los egipcios a los jeroglíficos, fueron inscritas en los muros de templos y tumbas para recordar las gestas de los soberanos y fijar los textos sagrados. En el Museo Británico, en Londres, se expone un bloque de granito rectangular sobre el cual aparecen decenas de signos jeroglíficos. Descubierto en 1805 por el conde de Spencer, éste lo donó al Museo, pero su contenido sólo pudo conocerse tras el desciframiento de la escritura jeroglífica por obra de Jean-François Champollion, que tuvo lugar casi veinte años más tarde. El faraón Shabaka (716-702 a.C.), rey de la dinastía XXV, fue quien mandó inscribir los jeroglíficos, que relatan la creación del mundo por Ptah, el gran dios de Menfis. La piedra de Shabaka, como se conoce esta pieza, nos facilita uno de los documentos más decisivos sobre el carácter sagrado de la escritura para los antiguos egipcios. Éstos creían que la escritura jeroglífica estaba inspirada por los mismos dioses: con ella se materializaba el mundo que Ptah creó mediante la palabra. En tanto que expresión escrita original de lo sagrado, los jeroglíficos gozaron de extraordinaria permanencia y continuidad. Esta capacidad se revela en la piedra de Shabaka, la cual nos cuenta que los textos allí copiados procedían de unos papiros que, por su antigüedad, eran pasto de los gusanos. Para los monumentos en piedra se conservó siempre el realismo de las figuras originarias de la escritura de los jeroglíficos, que en su primer estadio eran ideogramas, esto es, dibujos que expresaban una realidad.
Más tarde, estas imágenes adquirieron valor fonético. Por tanto, los jeroglíficos se leían, pero también podían ser apreciados como imágenes. Para los egipcios no había distinción entre escritura y arte figurativo. Los sacerdotes eran -sobre todo a partir de la época grecorromana- los únicos capaces de leer y escribir jeroglíficos. El número de jeroglíficos se incrementó con el tiempo. Si en el Imperio Medio había unos 750, en época grecorromana se usaron más de 5.000. Textos como “La sátira de los oficios”, en el cual un padre expone a su hijo las ventajas de ser escriba, dan fe del gran prestigio de que gozó esta profesión. Ya entrada la era cristiana, se perdió el conocimiento de los jeroglíficos como sistema de escritura, y fueron vistos como símbolos y alegorías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario