El 21 de octubre de 1805, el
almirante inglés Nelson, herido por una bala, murió sabiendo que había
derrotado a una gran flota franco-española, en la que fue una de las mayores
batallas navales de la historia.
Al mediodía del 21 de octubre de 1805, las aguas
próximas al cabo de Trafalgar fueron escenario de la mayor, más dura y más
decisiva batalla naval librada durante las Guerras Napoleónicas. A finales de
octubre de 1805, a lo largo de cien kilómetros de costa gaditana, el mar
arrojaba sobre las playas los vestigios de un formidable combate naval.
Aparejos, maderas y hombres aparecían ante los ojos horrorizados de las
numerosas personas que acudieron a socorrer a los náufragos sin distinción de
banderas: el resentimiento se desvaneció ante la magnitud de un desastre que
había causado más de cinco mil muertos y cuatro mil heridos.
El escenario de este dramático episodio fue una
extensión de mar situada frente al cabo de Trafalgar que, desde entonces,
entraría en la historia. El origen de la batalla de Trafalgar se remonta a mayo
de 1803, cuando los británicos, contrariados con Napoleón y su voluntad de
dominar toda Europa, reanudaron las hostilidades contra Francia pese a la paz
que tan sólo un año antes habían firmado. En ese momento estaba por ver cuál
sería la posición de España, que poseía la tercera del mundo, después de la
británica y la francesa. Napoleón reclamó su colaboración, pero el gobierno
español -en manos entonces de Godoy, favorito del rey Carlos IV y su esposa
María Luisa- salvó el primer envite acordando el pago de un subsidio para el
sostenimiento de las fuerzas francesas. De esta forma se evitaba entrar en una
guerra que se preveía mucho más costosa. Sin embargo, la neutralidad española
quedaba comprometida, y así lo entendió el gobierno británico, que dio
instrucciones a sus barcos de registrar cualquier buque español que
encontraran, lo que provocó numerosos incidentes. Los ataques ingleses a naves
españolas fueron en aumento a lo largo de 1804 hasta que, el 5 de octubre,
varias fragatas británicas atacaron un convoy proveniente de América y
hundieron un barco con pasajeros civiles. Ésta fue la gota que colmó el vaso:
España declaró la guerra a Gran Bretaña el 12 de diciembre de 1804 y firmó un
tratado de alianza con Francia el 4 de enero del año siguiente. Napoleón, que
acababa de proclamarse emperador, estaba decidido a dar el golpe de gracia a la
constante intromisión británica en sus planes de dominio continental: decidió
reunir en el campo de Bolougne un ejército de 200.000 hombres para intentar un
desembarco en Inglaterra. La entrada en guerra de España, que se comprometía a
poner a disposición de Francia una treintena de navíos de línea (los poderosos
buques de guerra de la época), hacía factible la operación. Pero antes era
necesario urdir un plan para distraer a la flota británica del canal de la
Mancha y lograr por unos días el control de la zona. Sin embargo, el plan era
demasiado complejo, y la descoordinación de las distintas escuadras dio al
traste con la operación. Sólo el almirante francés Pierre Charles Silvestre de
Villeneuve consiguió salir de Tolón evitando la escuadra del famoso almirante
británico Horatio Nelson, que vigilaba el Mediterráneo.
El 22 de julio se
libraba el combate de Finisterre que, pese a la superioridad numérica
franco-española, quedó en tablas por la indecisión de Villeneuve. Éste se
aprestó a incumplir las instrucciones de Napoleón y se dirigió a la bahía de
Cádiz, entonces bloqueada por una escuadra británica, capitaneada por Nelson.
La madrugada del 21 de octubre, ambas flotas se avistaron, aunque los débiles
vientos ralentizaban cualquier maniobra. Nelson había dispuesto sus 27 navíos
en dos columnas, una bajo su mando y encabezada por su buque insignia Victory,
y otra al mando del vicealmirante Cuthbert Collingwood, instalado en el Royal
Sovereign. La columna de Collingwood se interpuso entre la retaguardia y el
centro de la línea franco-española, al tiempo que la encabezada por Nelson, un
poco más retrasada, marchaba directa a incrustarse en el centro aliado, donde
se hallaban el Bucentaure y el Santísima Trinidad.
La flota
franco-española perdió veintitrés de sus treinta y tres navíos; los ingleses no
perdieron ninguno y capturaron ocho. En Londres, la victoria quedó ensombrecida
por la muerte de Nelson, un héroe nacional.
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