sábado, 30 de abril de 2011

El Acorazado Bismarck

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El acorazado Bismarck fue el más famoso buque de guerra alemán de la Segunda Guerra Mundial, gemelo del Tirpitz. Bautizado en honor al canciller alemán Otto von Bismarck, fue hundido el 27 de mayo de 1941 tras librar un épico combate naval contra los buques de la Armada Británica durante la batalla del Atlántico, en la Segunda Guerra Mundial. Era la primera operación que había sido encomendada al acorazado alemán.

Bajo la dirección del eficiente comandante Ernst Lindemann, la tripulación tuvo un acelerado y extenuante programa para poner a punto el buque. La preparación consistió en prácticas de tiro artillero, control de incendios, reemplazo de bajas en puestos claves, defensa antiaérea, prácticas de enfermería, maniobras de toma de petróleo en alta mar, tiempo en puestos de combate, etc.

Planta y alzado del Bismarck
También se hicieron pruebas de desempeño del acorazado, tales como hacer la milla corrida, pruebas de giro y ensayo de timón fuera de uso. Precisamente durante este último ensayo la oficialidad pudo darse cuenta de que el gobierno con las hélices se hacía muy difícil cuando se dejaba el timón en línea de crujía. Sin embargo, no se hizo nada por proveer una mejor solución cuando el timón quedaba fuera de servicio, omisión que sería fatal para el Bismarck.
El Bismarck quedó comisionado en abril de 1941, logrando un excelente desempeño en tiro de artillería pesada gracias a sus eficientes y avanzados sistemas ópticos de tiro. No obstante, la defensa antiaérea no logró el máximo de eficiencia en el centrado de blancos, lo cual quedaría demostrado más adelante, el 26 de mayo, al no derribar ningún avión Fairey Swordfish del HMS Ark Royal.
El 5 de mayo, Hitler vino junto a Wilhelm Keitel, Karl Jesko von Puttkamer, Nicolas von Below, el Estado Mayor de la Escuadra y un nutrido grupo de periodistas y camarógrafos a Gotenhafen a visitar al Bismark a bordo del crucero Hela. Junto al comandante Lindemann recorrieron el buque durante 4 horas y se brindó un almuerzo al Führer.
El 12 de mayo de 1941 el Estado Mayor de la Escuadra, liderado por el almirante Günther Lütjens y Harald Netzbandt, además de 65 marinos, embarcan a bordo del Bismarck. Al día siguiente se efectuaron ejercicios de comunicaciones y más tarde se realizan maniobras junto al Prinz Eugen, con interrupción simulada de faenas ante la presencia del enemigo. Las plumas (grúas) tuvieron averías que debieron ser corregidas.
Desde el primer momento, Ernst Lindemann no congenió con el carácter hierático de Lütjens, lo que se mantendría en el futuro.

Combate en el estrecho de Dinamarca

El Hood y el Prince of Wales navegan a toda máquina durante la noche para poder interceptar con la primera luz del día a la formación alemana. La tensión en ambos buques es grande, pues desde las 4:00 las dotaciones están en sus puestos en estado de combate. Holland decide seguir hacía el noroeste pero a la altura de Islandia decide cambiar a suroeste dejando a los destructores seguir en el rumbo original.
A las 5:15 los hidrófonos del Prinz Eugen detectan ruido de hélices en dirección noreste; el operador aventura pronóstico de cruceros pesados. La dirección de la formación alemana es 170° y su velocidad es 25 nudos. Se da la alerta en ambas naves: las chicharras suenan y se llama a las tripulaciones a ocupar puestos de combate. Las tripulaciones de ambas naves alemanas corren a ocupar sus puestos artilleros y puestos de combate. A las 5:28 los serviolas del Prinz Eugen avistan humos.
A las 5:30 del 24 de mayo, el vicealmirante Lancelot Ernest Holland avista a los buques alemanes en línea, en curso 170°. Las condiciones de mar son buenas, viento moderado, cielo nublado y un frío gélido con el que una persona no sobreviviría 5 minutos en el agua. A las 5:32 Lütjens ordena un cambio de rumbo a 220°, como una forma de ampliar las distancias, y la velocidad aumenta a 27 nudos. A las 5:35 el Prince of Wales detecta humos en demanda de 335°, la distancia es 34,7 km y va aumentando.

El Bismark en el combate contra el HMS Hood y el HMS Prince of Wales
A las 5:37, la Fuerza británica cambia a rumbo 240° y el curso de ambas formaciones se hace casi paralelo. Los hidrófonos del Prinz Eugen escuchan la maquinaria de un crucero de batalla y un acorazado en aproximación. A las 5:38, los británicos cambian a curso 280° para acercarse al enemigo. La razón de acercamiento de los británicos a la formación alemana es de casi 1 km/min, demasiado lenta. Al mismo tiempo, los cruceros Suffolk y Norfolk aparecen en el horizonte y radian continua información desde 30 km de distancia a las unidades mayores. En ambas unidades alemanas, la situación de "listo para abrir fuego" espera la orden de la nave almirante, pero ésta no llega aún. Lütjens, ateniéndose a la directiva del alto mando, rehúsa el combate y los cañones permanecen apuntando silenciosamente a las siluetas británicas.
A las 5:49, el Hood señala erróneamente al Prinz Eugen como el Bismarck a 24 km y un ansioso Holland ordena de forma apresurada al Hood y al Prince of Wales abrir fuego a 24 km, avanzando aún sin poder llegar a una distancia de total emplazamiento artillero. Holland comete un gravísimo error táctico que le será fatal, ya que provocaría la inmediata respuesta alemana forzándolo a responder con tiros por elevación, en vez de entablar una batalla a más corta distancia, donde el blindaje lateral del Hood es mucho más fuerte. Al confundir probablemente las muy similares siluetas de las embarcaciones alemanas, el Hood mantiene además su artillería dirigida contra el Prinz Eugen, a pesar de que en el puente se detecta el error y no se ordena corregirlo. El Hood siempre cañonea al Prinz Eugen, en tanto que el Prince of Wales apunta al Bismarck.
El Prince of Wales decide ignorar la orden del Hood de cañonear a la nave de cabecera, que es el Prinz Eugen, y coloca en su mira directora al Bismarck. En el Bismarck se identifica correctamente al crucero de batalla como el Hood y al acorazado que le sigue erróneamente como el King George V. Hay murmullos de emoción reprimida en la tripulación alemana, pues el buque al que más temían en sus prácticas artilleras era precisamente al ya veterano Hood.
A las 5:52, el Prince of Wales dispara desde 22,8 km la primera salva parcial, que queda muy larga. El Hood dispara a su vez contra el Prinz Eugen y el primer tiro parcial queda muy largo. A las 5:53, el Prince of Wales dispara una segunda salva parcial, que queda igualmente algo larga. El Hood vuelve a disparar con sus torres delanteras contra el Prinz Eugen, y uno de los tiros cae peligrosamente cerca del crucero pesado. La distancia es de 22,3 km.
En la formación alemana, los directores de tiro principales de ambas naves empiezan a solicitar nerviosamente la orden de abrir el fuego. En el puente del Bismarck, Lütjens permanece inmutable y no emite la orden, por lo que Lindemann se va impacientando. A las 5:54, el Prince of Wales dispara su tercera salva contra el Bismarck, que queda corta. Al mismo tiempo Lindemann, evidentemente molesto con el mutismo de Lütjens, se arrebata y toma el intercomunicador y ordena "abrir el fuego" a ambas naves. Se escucha el comentario de Lindemann: "No consentiré que ejecuten el buque ante mis pies."
A las 5:55, el Prinz Eugen abre fuego con salva parcial escalonada en 400 m sobre el Hood. El Bismarck dispara sistemáticamente dos semisalvas escalonadas a 400 m de ensayo sobre el Hood, que quedan muy largas. A diferencia de los británicos, las naves alemanas cuentan con un sistema óptico de telemetría mucho más eficiente, de modo que las correcciones son mucho más rápidas y esta información es transmitida instantáneamente a la central de combate, quien regula el alza de las torres artilleras.
El Prince of Wales dispara a 20,1 km su quinta y seguidamente su sexta salva escalonada: el Bismarck es tocado por primera vez en la proa. Uno de los tiros lo atraviesa de lado a lado sobre la onda de cabeza y sobre la línea de flotación, revienta los tanques proeles de petróleo y un rastro aceitoso se esparce en la estela del Bismarck.
El Hood dispara su cuarta salva sobre el Prinz Eugen, que queda muy corta. Para los británicos, la superposición del fuego de las baterías alemanas también obra en su contra, ya que los impactos de ambas naves se producen en forma simultánea, creando enormes columnas de agua, con lo cual los directores de tiro británicos, con un mecanismo de coincidencia mucho más engorroso y complicado que el de los alemanes, no pueden efectuar las correcciones necesarias en el tiempo adecuado. El centrado del tiro del Hood comienza a ser lento y el tiempo corre en su contra.
El Bismarck dispara dos semisalvas sobre la formación británica, los tiros caen entre el Hood y el Prince of Wales. El tiempo de centrado de los directores de tiro alemanes es mucho más eficaz. A las 5:56, el Bismarck dispara desde 18 km su cuarta salva completa. Una de las andanadas cae sobre el sector medio del Hood e incendia sus cajas de municiones; se desconocen las bajas británicas. Incendios y humos son visibles en el Hood. El Prince of Wales tiene un tiro más eficiente y lanza su séptima y octava salva sobre el Bismarck, quedando corta en 300 m; una andanada más y quedará ahorquillado. El Bismarck dispara su tercera salva sobre el Hood, pues éste queda en tiro centrado. Imponentes plumas de agua caen sobre el crucero británico, pero no es tocado. Holland, en forma inexplicable, no hace ninguna maniobra para desencajar al Hood del centrado enemigo.
A las 5:57 (van 6 min. de combate), el Hood dispara su séptima salva sobre el Prinz Eugen. Éste está cambiando su posición de cabecera para cedérsela al Bismarck. El Hood pierde un tiempo precioso en hacer las nuevas correcciones. El Prince of Wales dispara su novena salva sobre el Bismarck, que cae muy próxima sobre la estela del Bismarck.
Hundimiento del Hood, con el HMS Prince of Wales en primer plano. Cuadro de J.C. Schmitz Westerholt
Los cruceros Suffolk y Norfolk están a 22,5 km y esperan que un tiro de fortuna de sus unidades mayores dañe fatalmente una de las unidades enemigas, para entrar a rematar con ataque de torpedos. Son ya las 5:58, Lütjens observa que el King George V tiene un tiro más preocupante y ordena al Prinz Eugen que cambie de blanco. Las baterías secundarias de ambas formaciones abren fuego simultáneamente.
A las 5:58 la cofa de observación inmediatamente ubicada sobre el puente del compás recibe un tiro semirasante sin explotar y varios cuerpos caen sobre el puente, Ted Briggs quien está de ordenanza en el puente del compás sale a verificar si hay alguién con vida y vuelve al puente a informar el deceso de los vigías.
A las 5:59, el crucero de batalla Hood comienza a virar sus torres traseras a una distancia de 15 km para el emplazamiento de salva completa. Las torres traseras giran lentamente y se posicionan sobre el través de la amura de estribor. El Bismarck recibe un segundo impacto de la novena salva del Prince of Wales, que penetra bajo la cintura acorazada y destruye un compartimiento de generadores. El acorazado alemán retiembla, no hay bajas. El Prinz Eugen dispara su séptima salva sobre el Prince of Wales, el tiempo de vuelo de cada salva es de menos de 2 min. aproximadamente. La distancia media es de unos 15,6 km.
El Hood dispara su octava y novena salva sobre el Prinz Eugen, al mismo tiempo que las torres traseras quedan listas para abrir fuego. En ese momento, un tiro de la batería secundaria del Prinz Eugen hace impacto en la popa del Hood. Para el director de tiro principal del Bismarck, capitán Schneider, el Hood está centrado. El Hood cambia de rumbo torciendo su timón hacia babor por 20°. Está listo para disparar salva completa y la posición se logrará en un minuto más. El Hood cambia de blanco hacia el Bismarck.
El Bismarck, a 15,7 km, dispara en sucesión rápida una cuarta y quinta salva completa sobre el Hood. Los directores de tiro alemanes observan expectantes en sus mirillas la caída de los proyectiles. Lütjens ordena a la estación directora artillera de popa del Bismarck que vigile a los cruceros británicos por su estela. El Bismarck es cañoneado por primera vez por ambas unidades británicas, pero no centran el tiro. El Bismarck es horquillado, pero ninguna de las dos unidades lo ha centrado. El Bismarck dispara su sexta salva sobre el Hood, los 10 restantes quedan suspendidos en el aire.
A las 6:00, uno de los tiros de la quinta salva del Bismarck hace blanco, penetra en algún punto a popa, sobre la cubierta de botes (la sexta y última dirigida sobre el crucero de batalla), el proyectil se fragmenta en su interior, alcanzando el pañol de municiones de popa, en la base de la tercera torre trasera. Repentinamente, una llamarada blanco-amarillenta emerge al costado del mástil trasero y alcanza una altura mayor que el mástil mismo. Por unos instantes, el Hood parece deformarse sobre su línea de flotación y enseguida ocurre una tremenda y atronadora explosión que hace saltar las torretas traseras por los aires. Restos al rojo vivo, partes de botes y restos de metal incandescentes caen alrededor de la masa de humo que emerge. El crucero de batalla se parte violentamente en dos. Cientos de marinos británicos han sido volatilizados, incinerados o carbonizados por la onda explosiva sobre la parte expuesta de proa; aquellos que están en lugares protegidos sobreviven durante algún tiempo más. El puente del compás retiembla, Ted Briggs observa la bola de fuego y no siente ningún ruido, Holland y el capitán Kerr se aferran a sus asientos en el puente del compás y no hacen ningún ademán de intentar salvarse.
Los marinos del HMS Prince of Wales quedan conmocionados por el atronador bramido de la explosión. Su buque insignia ya no está al frente y en su lugar hay sólo una masa de humo maciza, grisácea y negra. Cuando se acercan, alcanzan a ver la parte delantera con su proa en alto hundiéndose rápidamente. El Hood está partido en dos y la parte delantera se hundiría en menos de 3 minutos, la popa aún flota un poco más. El Hood eleva su proa hacia el cielo y antes de quedar perpendicular a la superficie que se lo tragará, en un postrero esfuerzo, puede aún disparar una vez más con las torres delanteras, en medio del infierno y humo, en el momento en que la proa se eleva. La alegría inunda a los buques alemanes y también existe un sentimiento de reconocida admiración por el valor de los marinos del Hood. Holland perece aferrado al puente del compás.
En este minuto, 6:01, el Bismarck recibe el tercer impacto proveniente de la decimotercera salva del Prince of Wales y le vuela la proa a una de las lanchas auxiliares a motor, desperdigando sus restos hacia la chimenea e hiriendo con sus astillas a uno de los encargados de las baterías antiaéreas. Al mismo tiempo el Prinz Eugen dispara su décima salva sobre el Prince of Wales.
El Prince of Wales hace una guiñada para evitar los restos del Hood, al tiempo que observa en primera línea el hundimiento de la parte delantera del mismo ante los incrédulos y estupefactos ojos de los marinos de este buque; sencillamente no lo pueden creer. Dado que el Prince of Wales hace el mismo rumbo que el Hood, los alemanes no tienen que corregir el tiro y observan que la popa del Hood se hunde lentamente, de la parte delantera no se observa nada.
Los alemanes cambian de objetivo y esta vez apuntan al buque sobreviviente. El Prinz Eugen dispara su duodécima salva y el Bismarck dispara su séptima salva completa sobre el Prince of Wales, que ha retomado el rumbo original. La distancia se acorta a 14 km. El Prince of Wales dispara un único torpedo, pero en ese momento es ahorquillado. El Bismarck dispara su octava salva sobre el Prince of Wales, que tampoco hace ninguna maniobra de descentrado.
A las 6.02, el Prince of Wales es tocado con un fuerte impacto de al menos siete tiros de la octava salva del Bismarck sobre el puente de compás y de mando. El Prince of Wales resulta gravemente alcanzado, con los tiros de la octava salva de 380 milímetros del Bismarck en el puente de navegación, que también destruye el puente de mando, matando a casi todos los presentes, excepto al comandante del buque y al contramaestre señalero. El buque queda en absoluto estado de conmoción y aturdimiento.
Mientras tanto, la proa del Hood desaparece.
Uno de los problemas presentados por la nave británica fue de índole técnica, ya que, debido a la imperiosa necesidad de contar con unidades navales capaces de enfrentarse al Bismarck, se ordenó que el acorazado fuera equipado para combate sin el necesario periodo del pre-alistamiento (entrenamiento de tripulación, corrección de fallos de diseños, ajustes de los mecanismos y sistemas eléctricos, etc.). De hecho, el Prince of Wales zarpó con obreros del arsenal trabajando sobre la torre trasera que no giraba bien. A pesar de todo esto, su desempeño en combate resultó ser más eficiente y superior al de su nave capitana, el Hood.
En el Prince of Wales (King George V para los alemanes) la situación es caótica, pero se logra controlarla. Éste se ve obligado a retirarse oculto en una nube de humo, no sin antes ser ametrallado por el Prinz Eugen desde 14 km, al límite de la antiaérea. Inclusive se llegó a preparar un ataque de torpedos en la nave alemana. La necesidad de rematar al Prince of Wales queda suspendida en el pensamiento de los marinos de ambas unidades alemanas. De ser finiquitada, dado su evidente estado, sería un tremendo resultado para la Kriegsmarine.
Lütjens imperturbable no da órdenes de atacar al Prince of Wales, que se aleja humeando, y Lindemann intenta convencerlo de acabar con el malogrado acorazado británico. Lütjens le recuerda secamente a Lindemann que la directiva del comando naval le instruye que sólo comprometerá la nave en combate si ésta está en grave riesgo por ataque, lo que no es el caso. Lindemann, exasperado, intenta rebatirle pero el granítico silencio de Lütjens corta toda posible conversación sobre el tema. De ahí en adelante, el vacío comunicacional entre ambos se incrementaría gradualmente hasta no dirigirse nunca más la palabra.

Consecuencias del combate


Viaje realizado por el Acorazado Bismarck
Tras 24 minutos de combate el Prinz Eugen está ileso y el Bismarck ha recibido tres proyectiles del Prince of Wales al inicio de la batalla. Uno destruyó la proa de una lancha sobre el hangar principal, otro impactó en una central de dínamos y el último atravesó la proa de costado a costado, aislando depósitos de combustible, provocando la pérdida de óleo aceitoso y abriendo vías de agua por las que penetraron 2.000 toneladas. Por el lado británico, el Hood ha sido hundido y el Prince of Wales gravemente dañado por siete cañonazos que le impactaron de lleno.
Lütjens, sabiendo que la impunidad de su salida se ha perdido y el buque está dañado a proa, decide abortar la operación. Debe deshacerse de sus perseguidores y llegar a puerto amigo, y para ello elige el de Saint Nazaire, por poseer un dique seco del tamaño apropiado.
A pesar de los daños menores en el Bismarck, éste deja un rastro aceitoso en el agua, visible desde muy lejos por los aviones, por lo que no puede hacer su guerra de buque fantasma en el Atlántico. Los demás buques británicos mantienen contacto de radar con la flota alemana.

La cacería

El almirante John Tovey se asombra cuando ve en el mapa la ubicación del Bismarck, ya que lo creía en ruta hacia Brest. En este equívoco, se encuentra al norte con la intención de ganar nuevamente el estrecho de Dinamarca, donde toda la flota británica se dedica a la búsqueda en la ruta equivocada. Da la orden de búsqueda en la dirección correcta. Pero el Bismarck continúa su ruta hacia la costa francesa y los buques británicos no encuentran nada en el norte. Nueve horas después los británicos se dan cuenta del error: los datos han sido trasladados erróneamente al mapa. El error es imputable al oficial de navegación del King George V. El Bismarck se halla en realidad a centenares de millas al sur del punto dado por él.

El ataque de los Swordfish


HMS "Hood"
Un avión Catalina ha descubierto, por casualidad, al acorazado alemán a través de un claro entre las nubes. Si hubiera estado acompañado por un destructor, le habría confundido con una unidad británica, pero va solo y no se aprecian las marcas identificadoras. Al bajar de altitud para intentar corroborar la identidad del buque, éste le responde con fuego antiaéreo. No hay duda, ha encontrado al Bismarck. El 26 de mayo, el Almirantazgo Británico transmite su nueva posición a la Fuerza H, que se encuentra en las proximidades del Bismarck. El almirante Somerville recibe el siguiente mensaje de su Almirantazgo:
“No se deje arrastrar a un combate en el que usted se enfrentaría solo con el Bismarck. Espere la llegada de otros acorazados. Intente por todos los medios reducir la velocidad del adversario”
Orden del almirante Tovey al almirante Somerville#GGC11C
A pesar de la mar gruesa, los aviones Fairey Swordfish del HMS Ark Royal despegan a las 15:40 cargados de torpedos. Los Swordfish son aviones biplanos, en parte hechos de tela, lentos y anticuados, pero con tripulaciones valerosas. Repentinamente, en un claro aparece un buque solitario y se desencadena el ataque sobre él. Disparan sus torpedos, pero no es el Bismarck, sino el HMS Sheffield que maniobra desesperadamente para evadirlos, pero ocurre algo: los torpedos están armados con espoletas magnéticas y explotan al contacto con el mar. El Sheffield es identificado por uno de los aviones y se interrumpe el ataque. De haberse atacado al Bismarck, el ataque habría sido infructuoso. Vuelven al Ark Royal y, cuatro horas después, casi anocheciendo, despegan de nuevo con torpedos convencionales. Y esta vez no se equivocan de enemigo.
Para los artilleros antiaéreos del Bismarck, los Swordfish parecen copitos negros suspendidos en el aire. Se desencadena una terrorífica andanada de fuego antiaéreo, las piezas de 38mm disparan tratando de derribar a los aeroplanos con las plumas de los impactos en el agua de sus pesados proyectiles. No hay bajas aún en la formación británica, siguen en medio del fuego y las plumas de agua, a 300 m, dejan caer los torpedos y viran bruscamente. El primer torpedo explota contra la coraza del gigante y no causa más que un desconchado, pero el brusco bandeamiento mata a un oficial al golpearse fatalmente el cráneo.
El Bismarck hace bruscos virajes para evitar el resto de los torpedos y lo logra, la tripulación respira aliviada. Sin embargo, el ataque no ha terminado, ya que tres biplanos se acercan desde un sector ciego de popa y lanzan sus torpedos. El Bismarck vuelve a pegar golpes de caña bruscos, logrando evitar el primero. Repite el giro y evita el segundo, pero el tercer torpedo da de lleno en el timón derecho. La explosión levanta al acorazado haciéndolo hocicarse y abriendo un gran boquete en plena popa, justo en el compartimiento de la hélice. La explosión dobla hacia adentro y traba el timón derecho en posición de giro, haciéndolo golpear contra la hélice central, golpe que resulta fatal. No hay bajas en los aviones atacantes y vuelven satisfechos al Ark Royal.
Con este golpe, el Bismarck no puede maniobrar y vira en redondo. El acorazado alemán se encontraba en ese momento a más de 400 millas de Brest. Un avión de observación confirma mediante fotos que el acorazado alemán está girando en redondo, sin gobierno. Se hacen desesperados esfuerzos para maniobrar con las hélices, sin resultados. Se intenta llegar al mecanismo del timón con la esperanza de soltarlo, pero la mar fuerte ingresa con fuerza al compartimiento abierto al mar y provoca peligrosísimas fuerzas de succión. Un buzo valiente intenta ir por fuera a dar un vistazo, pero lo izan semiinconsciente por los golpes continuos contra el casco. Se propone sacar una puerta del hangar para usarla como timón de compensación, pero Lütjens no autoriza la acción. El Bismarck está acabado cuando anochece, y la moral de su tripulación es muy baja.
Esa misma noche del 26 de mayo, el teniente de navío Wohlfahrt, comandante del U-556, divisa bruscamente al Renown y al Ark Royal, que se dirigen hacia él. Los telegramas han puesto al corriente de lo que pasa al oficial alemán. El U-Boot ha dado la orden de ayudar al Bismarck a todos los submarinos que se encuentran en la zona, pero el comandante del U-556 escribía en su bitácora de navegación:
“Ni siquiera tenía necesidad de maniobrar, pues me encontraba idealmente colocado para un ataque. El enemigo no iba escoltado ni zigzagueaba. Me hallaba entre los dos buques y habría podido tirar sobre ambos, si me hubieran quedado torpedos. Entonces, tal vez habría podido ayudar al Bismarck
Anotación en la bitácora del U-556 firmada por el teniente de navío Wohlfahrt#GGC11C

La batalla final


HMS Renown
Llega el amanecer del 27 de mayo de 1941. El Bismarck navega a baja velocidad dando amplios giros. La moral a bordo es terriblemente baja, Ernst Lindemann está absorto en su mutismo en el puente y Günther Lütjens se ha encerrado en su camarote. Aparecen en el horizonte el Rodney con sus piezas de 406 mm, el King George V y el Renown, que avanzan en fila como un pelotón de fusilamiento, aunque todos los buques británicos están al borde de sus reservas de combustible. Tovey divisa al acorazado, que ha aumentado su velocidad y gira en círculos. Adelanta al Rodney con sus nueve cañones de 406 mm de calibre y al HMS King George V con sus diez cañones de 356 mm.
Comienza el combate y el Bismarck logra centrar al Rodney, pero disparos ingleses bien dirigidos destruyen los emplazamientos de dirección de tiro del acorazado germano: primero arrasan el de la cofa y luego el de popa, arrancándolos de cuajo. El acorazado queda "ciego" y debe pasar a puntería local (cada cañón poseía un sistema de dirección de tiro óptico). Los disparos provenientes del Bismarck se tornan erráticos, pues solamente ahorquilla los blancos. Los buques británicos comienzan el cañoneo, que cada vez se parece a un ejercicio de tiro. El cañoneo es infernal, pero ningún tiro del Bismarck da en el blanco.

Supervivientes del Bismark rescatados por el HMS Dorsetshire
Después de 100 minutos de infernal y machacante cañoneo, el Bismarck está parcialmente inhabilitado, pero no pueden hundirlo a causa de su coraza horizontal. Las bajas en el Bismarck se cuentan en cientos, la carnicería es total, los cadáveres se acumulan sobre la cubierta y los que intentan escapar de su interior pasan a engrosar las pilas en cubierta. En el interior hay una relativa seguridad, pero el humo sofoca a los marinos, por lo que unos 200 se dirigen hacia la salida del sector de las grúas. Cuando se apelotonan para subir la escala, un disparo de 356 mm penetra por el borde superior de la cintura del buque y explota en la base de la escala, matándolos en el acto. Los tiros del Bismarck se hacen cada vez más espaciados, pues una de las torres principales tiene sus cañones caídos y a la otra le falta el escudo de contera. El acorazado queda mudo, ya no dispara. Los británicos observan mientras ametrallan las cubiertas con sus antiaéreos, fusilando a todo el que se aventura a salir. El caos reina en el Bismarck, la organización se pierde y las bajas aumentan, por lo que se da la orden de abandonar el buque, se abren las válvulas de fondo y se colocan cargas explosivas. Los británicos detienen su fuego y observan: el Bismarck es una ruina flotante.
El Bismarck se escora lentamente a babor y se hunde gradualmente. La pausa del fuego británico permite escapar a unos 900 marinos sobrevivientes. Finalmente, el Bismarck se sumerge y levanta la proa. Lindemann, que ha sobrevivido al infierno, sube al torrotito y permanece allí mientras se hunde con su buque y más de 1.900 marinos. El HMS Dorsetshire rescata unos 110 marinos del agua, pero se suspende la acción por el aviso del supuesto avistamiento de un submarino alemán en la zona [cita requerida], lo que dejó unos 800 hombres para morir en las heladas aguas del Atlántico Norte.
Para lograr hundir al acorazado alemán, los británicos han empleado ocho acorazados, dos portaaviones, cuatro cruceros pesados, siete cruceros ligeros, veintiún destructores, seis submarinos y más de cien aviones. El almirante sir John Tovey escribía al respecto:
“El Bismarck ha librado una batalla extremadamente heroica contra un adversario muy superior, mostrándose digno de las más bellas tradiciones de la antigua Marina Imperial, Se ha hundido enarbolando su pabellón”
Comentarios del almirante Sir John Tovey sobre el hundimiento del "Bismarck"#GGC11C

Colaboración española

Al tiempo que el navío alemán entabla su último combate contra los buques de la Royal Navy, el almirante Otto Schniewind, Jefe del Estado Mayor del SKL, solicita a la Armada Española el envío de naves de auxilio previendo el desenlace final de la batalla. El 27 de mayo de 1941 a las 11'40, cuando ya el acorazado ha zozobrado, zarpa de la base de Ferrol el crucero pesado Canarias, que llega a la zona del hundimiento en la noche del 29 de mayo. Allí se encuentra con un submarino alemán y, en la madrugada del 30, con el buque meteorológico alemán Sachesenwald. Tras recorrer la zona únicamente logra rescatar los cadáveres de dos marinos alemanes, que son devueltos al mar con todos los honores.

Hallazgo de los restos del Bismarck

En 1989 el doctor Robert Ballard y su equipo descubrieron la tumba del Bismarck en los abismos, a más de 4.790 metros de profundidad. El pecio está en posición normal, sobre la ladera de una montaña abisal llamada Porcoupine. Está prácticamente de una sola pieza, con su línea de flotación hundida en el limo. No están, sin embargo, las torres artilleras principales de 380 mm, que se desencajaron de la nave cuando ésta zozobró para hundirse. El puente de mando está separado de la nave y en posición invertida sobre la cofa.
Al revisar la superestructura del Bismarck se puede constatar que todas las torres de artillería secundaria tienen impactos fatales. El puente de mando blindado tiene un impacto directo a babor de 406 mm (16") infligido por el HMS Rodney y la chimenea prácticamente no existe. No se encontraron evidencias de torpedos sobre sus costados, pero sí un impacto de 356 mm (14") en el sector de las grúas. Aún es visible la esvástica sobre la proa y popa. Asimismo, al revisar la línea de flotación se encontró que había mamparos antitorpedo vulnerados, pero no así su casco. Incluso fue posible encontrar dentro del hangar uno de los Arado Flugzeugwerke aun reconocible. En definitiva, para el masivo castigo que recibió el Bismarck, el estado actual del pecio es bastante bueno y no evidencia el infierno que en él se vivió.
En 2002 el pecio fue nuevamente estudiado por el cineasta James Cameron, que lo filmó sirviéndose de los batiscafos rusos Mir y ROV (Remotely Operated Vehicle, vehículo operado a distancia), ya usados en la filmación de los restos del Titanic. El resultado de esta exploración quedó plasmado en el documental Una expedición de James Cameron: el Acorazado Bismarck.

viernes, 29 de abril de 2011

Calícula

Calígula tendrá, en el futuro, un lugar de dudoso honor en la sangrienta lista de los emperadores romanos, sin que esto quiera decir que fue intrínsecamente peor que otros.
En el caso de Cayo César Germánico llovía sobre mojado tras su antecesor, el impresentable Tiberio. Con su mandato, el Imperio Romano alcanzará su plenitud tras la época puente del Principado que había iniciado Augusto y proseguido Tiberio, ya con el título de Imperio. Calígula añadiría a la nueva simbología imperial elementos helenístico-orientales que intentarían embellecer lo que, bajo su reinado, no sería otra cosa que una durísima monarquía teocrática a merced de sus caprichos.
Sobrino y sucesor de Tiberio (quien lo había adoptado), hijo de Germánico y de Agripina, y tercer Emperador romano, nació en Antium (hoy Porto D’Anzio). Será conocido como Calígula (diminutivo de caliga, sandalia militar). Antes de ser elevado al trono, debió dar señales alarmantes, ya que el propio Tiberio, a quien acompañaba en su retiro de la isla de Capri, comentó: «Educo una semiente para el Imperio». La serpiente lanzó muy pronto el veneno, pues con ocasión de la muerte de Tiberio, y cuando todos creyeron que el viejo crápula había dejado de vivir, con el cuerpo aún caliente, Calígula arrancó el anillo del dedo del Emperador, y se lo puso para hacerse proclamar por los presentes nuevo César.
No obstante, en pleno juramento, Tiberio, el pretendido cadáver, pidió un vaso de agua, y el terror se enseñoreó de todos, y muy en especial de Calígula, que lucía ya el anillo imperial y se relamía de gusto ante la perspectiva inmediata de asumir el poder. Aunque Macro, allí presente, ante lo violento y peligroso de la situación, se abalanzó sobre el moribundo y, con su propia almohada, lo asfixió. Calígula, el nuevo Emperador, por fin pudo respirar tranquilo... Calígula era un hombre sin atractivos, de aspecto aterrador que acentuaba con su costumbre de ensayar continuamente las más diversas muecas con las que deseaba asustar, aún más, a los que le rodeaban. Su escasa cabellera era muy encrespada, lo que le acomplejaba doblemente. Muy pronto haría prácticas de sadismo en especial sobre las mujeres que tenía más próximas, con las que se ensañaba, según contaba Séneca.
Este sadismo, según el filósofo cordobés, además de por la utilización de castigos y martirios físicos, se presentaba bajo otras formas de tortura provocadas por el mismo emperador, exactamente a través de sus ojos, cuya mirada nadie era capaz de resistir sin empezar a temblar. Bien lo sabía el filósofo cordobés pues, odiado por el emperador, a punto estuvo de perecer por orden de Calígula. Fue salvado in extremis por una concubina del tirano, y no por humanidad sino porque, sabedor de que Séneca sufría una grave tuberculosis, pensó que no valía la pena adelantar por poco tiempo un final que parecía próximo. En el día a día de Calígula todo valía para llevar a la realidad uno de sus más pregonados deseos: «Que me odien, mientras me teman». No obstante, y llegado el momento, parece ser que Calígula era consciente de su patología mental, o sea, esquizoide, de origen genético.
Tanto es así que, consciente de su inestabilidad psíquica, pensó seriamente en retirarse del poder imperial y ponerse en manos de quienes pudieran curarlo, pues su enfermedad no era original, sino consecuencia de unas altísimas fiebres que padeció en sus primeros años. Un defenestrado (quitado de la circulación) y asustado Séneca, por ejemplo, no dudó en dar salida a su odio hacia Calígula escribiendo (aunque, por supuesto, sin publicarlo entonces) un libro titulado De la cólera, que era un ataque en toda regla, y sin perdón, hacia el odiado personaje que dirigía el Imperio.
Con ocasión de su acceso al trono a los 23 años, Calígula sacrificó 160.000 animales como acción de gracias por tan importante suceso, e inició desde aquel momento, su ascensión imparable hacia el poder máximo y caprichoso que culminará en su inclusión en la no muy ejemplar historia de los emperadores romanos en un destacado primerísimo puesto de crueldad y arbitrariedad, a pesar de que, sorprendentemente, inauguró su reinado ejerciendo una política de tolerancia como reacción al despotismo y maldad de su antecesor, su protector Tiberio. Incluso suspendió los odiosos procesos por lesa majestad de su antecesor, además de volver a los comicios en los que se elegía a los magistrados (con Tiberio lo había hecho el Senado). Además, nadie le negó su amor por los desfavorecidos y su odio por los ricos, conducta esta última que, al final, sería su perdición.
En correspondencia, en estos primeros tiempos el pueblo romano lo adoraba, quizá por ver en él al hijo de aquel Germanico desgraciado y bueno y deduciendo, erróneamente, que sería como su progenitor. Todo empezó a torcerse cuando, en apenas un año, gastó todo el tesoro que había heredado de Tiberio, unos 2.700 millones de sestercios, teniendo que tapar aquel enorme agujero con nuevos y gravosos impuestos de los que no se salvaba nadie. Por ejemplo, impuso un canon a los alimentos, otro por los juicios, a los mozos de cuerda, a las cortesanas e incluso a todos los que tenían la feliz idea de contraer matrimonio. Pero todo este atraco no era suficiente y, tras insistir una y otra vez en esta actitud de pedigüeño, en el transcurso de sus muchos delirios, aseguraría sentirse en la más absoluta ruina, llegando en su sicopatía a pedir limosna en las calles romanas además de obligar a testar en su benefició a sectores de la población bastante ricos, poniéndose muy nervioso si éstos, los llamados a cederles sus riquezas, no se morían pronto. Durante esta fiebre de miseria más o menos imaginaria, pero no menos obsesiva, llegó a confiscar las posesiones de sus propias hermanas, Julia y Agripina, y acusarlas de conspirar contra él. Pero volviendo atrás, a los primeros tiempos de su poder absoluto, aquellas primeras bondades del inicio de su reinado las olvidó Calígula apenas medio año más tarde, superando enseguida las atrocidades de su predecesor, acaso por sufrir un conjunto de enfermedades mentales que le provocaban noches interminables presididas por el insomnio, además de sufrir de continuo espantosos ataques de epilepsia, que nunca le abandonaron.
Precisamente sería tras un agravamiento de sus enfermedades, y después de una inesperada recuperación cuando todos le daban por perdido, cuando se evidenciaría aún más toda su crueldad, puede que como secuela de su enfermedad anterior. Según se levantara de un humor que siempre era variable y caprichoso, demostraba manía persecutoria, delirios y quimeras relacionadas, de nuevo, con el dinero como, por ejemplo, la necesidad que tenía de pisar físicamente un montón de monedas de oro con sus pies descalzos. También formaba parte de su esquizofrenia su desinterés, convertido en odio, por los más famosos autores contemporáneos, ordenando la destrucción (aunque, a la postre, no lo consiguió) de todas las obras de Homero, Virgilio, Tito Livio y otros. Tuvo una pasión incestuosa por una de sus hermanas, Julia Drusila. Muy jóvenes ambos, Calígula la había poseído por primera vez, siendo sorprendidos los dos adolescentes en el lecho por la abuela Antonia, en cuya casa vivían. Nunca renunciaría a ella, sino que, años después, y a pesar de que la habían casado con un tal Lucio Casio Longino, Calígula la compartió y fue Drusila, al mismo tiempo, esposa legítima de su hermano.
Incluso durante una grave enfermedad que parecía iba a ser definitiva y con un fatal desenlace, Calígula nombró como heredera a su misma adorada hermana y esposa. J.ustificaba esta atípica relación en que, en las dinastías de los Ptolomeos, en su adorado Egipto, esto —la unión de dos hermanos— era considerado una relación incluso sagrada. Su amor hacia Drusila le llevó a sentarla junto a él en el Olimpo que había creado con su misma persona como dios principal, divinizándola también. Cuando ella murió, Calígula no tuvo consuelo, y muy afectado, ordenó e impuso un luto general, dictando durísimos castigos para los que, en ese período de duelo, se bañaran, se rieran aunque fuese poco o, en fin, hubieran comido en familia de forma distendida o agradable. A continuación huyó de Roma y no paré hasta Siracusa. A su regreso, volvió desaliñado, con los cabellos enredados y obligando a que, en adelante, todos juraran por la divinidad de la difunta Julia Drusila. Desde el primer momento imprimió a su reinado de una pompa desconocida, asumiendo de hecho una teocracia en lo externo, deudora de lo helenístico-oriental entre lo que incluyó actos como el de acostarse, además de con Drusila —que siempre sería su preferida—, con sus otras hermanas, las cuales, después de yacer en el lecho del emperador, fueron entregadas por éste a varios amigos como auténticas prostitutas que estos podían utilizar y explotar a su antojo. En otra ocasión, habiendo sido invitado a la boda de un patricio llamado Pisón, durante el banquete decidió robarle la esposa (Livia Orestila) al atónito flamante marido, llevándosela a sus aposentos y poseyéndola. Justificó este rapto y posesión en que, realmente, Livia era su esposa, y amenazó a Pisón si tenía la audacia de tocar a su mujer. Y es que las caricias impacientes de los desposados habían enardecido a Calígula, que quiso adelantarse al marido en el disfrute de la todavía virgen esposa.
 Esta conducta indigna del Emperador no era excepcional, ya que en los banquetes solía examinar detenidamente a las damas asistentes, y no evitaba levantarles los vestidos y comparar sus intimidades, escogiendo a alguna y retirándose para gozarla, como hiciera con la desgraciada Livia Orestila. Después regresaba con evidencias del encuentro y se deleitaba ante los asistentes con confidencias sexuales sobre la arrebatada de turno. Fue también amante de Enia Nevia, esposa de Macron, y entre las cortesanas, su favorita fue Piralis. Asimismo, se divertía mucho divorciando, en ausencia de sus maridos, a damas de alta alcurnia, con las que también se acostaba. No obstante, y por medios legales, Calígula tuvo otras esposas: Junia Claudila (que Íallcció tras su primer parto), la misma esposa de Pisón, Livia Orestila, Lolia Paulin~ y Cesonia. Esta última fue la que más le duró, al parecer por sus artes libertinas, que excitaban al Emperador de manera especial y lo hacían deudor de sus caricias. La pasión por Cesonia y la manera cómo la consiguió, son dignas del carácter del Emperador. Era Cesonia una bella matrona llena de sabiduría a quien Calígula coiioció el mismo día que ella paría en palacio (de donde era habitante como una mas de las muchas personhs al servicio del emperador) una hermosa niña.
Encariñado desde ese momento con la madre y con la niña, puso a ésta el nombre de Drusila, en honor de su hermana y amante, y se proclamó padre de la criatura. Y, puesto que era el padre por su propia decisión, automáticamente obligó a que se le reconociera también como esposo de la madre, Cesonia. Momentáneamente metamorfoseado en ilusionado padre de familia, condujo a su esposa e hija a todos los templos de Roma, presentando a la pequeña a la diosa Minerva para que le insuflara saber y discreción. Sin embargo Cesonia ya había parido tres hijos de su matrimonio anterior con un funcionario de palacio, además era una mujer con la juventud ya perdida y no excesivamente hermosa. Por lo que se rumoreaba que aquella locura de Calígula por ella se debía a que Cesonia le había dado algún brebaje afrodisíaco, como por ejemplo, uno muy conocido extraído del sexo de las yeguas. Perdido el norte, Calígula empezó a practicar toda una serie de conductas absurdas y crueles como, por ejemplo, entre las primeras, el nombrar cónsul a su caballo favorito, Incitatus (Impetuoso), al que puso un pesebre de marfil y dotó de abundante servidumbre a su disposición. Y, entre las segundas, su deseo, expresado a gritos, de qUe «el pueblo sólo tuviera una cabeza para cortársela de un solo tajo», producto de una rabieta imperial al oponerse el público del circo a la muerte de un gladiador contra lo decidido por Calígula. También se distraía llevando sus cuentas personalmente, unas cuentas consistentes en redactar la lista de los prisioneros que, cada diez días, debían ser ejecutados.
Otra contabilidad llevada personalmente fue la de su propio gran prostíbulo, que había hecho construir dentro del recinto de su palacio y que resultó un negocio redondo. En otro orden de cosas, y para producir aún más terror, todas estas distracciones las vivía disfrazándose y maquillándose de forma que sus actos, de por sí ya terribles, contaran con el añadido de lo siniestro, de manera que sus caprichos resultaran implacables haciendo temblar a sus víctimas aún más. Las ejecuciones eran tan numerosas que, a veces, no había una razón medianamente comprensiva para tan definitivo castigo, como en el caso del poeta Aletto, que fue quemado vivo porque el Emperador creyó toparse con cierta falta retórica en unos versos compuestos, precisamente, a la mayor gloria de Calígula, por el desgraciado vate. La crueldad de Calígula podría resumirse en una frase que se trataba, en realidad, de una orden dada a sus matarifes respecto a cómo tenían que acabar con sus víctimas. Era ésta: «Heridlos de tal forma que se den cuenta de que mueren». La lista de sus desafueros sería interminable. A modo de muestreo, podemos decir que el Emperador, imbuido muy pronto de su carácter divino, hizo traer de Grecia algunas estatuas, entre ellas la de Júpiter Olímpico, escultura a la que ordenó arrancar la cabeza y sustituirla por una suya, y desde ese momento rebautizada como Júpiter Lacial (él mismo, transformado en el dios de dioses del Lacio).
El siguiente paso será la elevación de un templo en honor de ese nuevo dios y la presencia en el mismo de otra escultura, ésta de oro, y que cada día era vestida como el propio Calígula, en una especie de simbiosis y travestismo entre aquel artista llamado Pigmalión y su modelo, y que evidenciara de manera inequívoca, la naturaleza celestial del Emperador. También, y sin duda todavía en las alturas de su particular Olimpo, invitaba a la Luna (Selene) en su plenilunio, a que se acostara con él. Ya en terrenos más próximos a lo cotidiano, y en su afán por complicarle la vida a sus súbditos, se divertía, por ejemplo, regalando localidades a la plebe que, en principio, estaban destinadas a la aristocracia. Lo divertido para Calígula venía cuando, estos últimos, al encontrar ocupadas sus localidades, iniciaban un altercado con la chusma, espectáculo este mucho más divertido para Calígula que las propias representaciones teatrales. Calígula había sido un emperador que siempre había sorprendido y puesto a prueba a la gente. Como se quejara amargamente de que su reinado transcurría sin grandes cataclismos y, por tanto —según él—, su nombre y su tiempo apenas serían recordados por los historiadores, intentó suplir esta falta de terremotos, inundaciones, pestes o guerras auténticas, con la puesta en escena de batallas de ficción. Así, en una de sus incursiones por Germania y ante la nula presencia real de escaramuzas, decidió que parte de sus legiones pasaran al otro lado del río Rhin, desde donde se encontraban, e hiciesen como si pertenecieran a un ejército bárbaro. Una vez en la otra ribera, Calígula cayó sobre el enemigo con sus soldados, a los que venció sin paliativos.
Escribió, entonces, a Roma anunciando su triunfo al tiempo que se quejaba de que, mientras él exponía su preciosa existencia luchando, en la metrópoli el pueblo y los senadores se divertían en inacabable holganza. También humilló a sus legiones en las Galias obligando a los soldados a recoger, en el transcurso de jornadas agotadoras, toda clase de moluscos y otras especies de productos marinos. Tras agotar el tesoro imperial en su favor y mandar asesinar (como ya queda dicha) a destacados miembros de la aristocracia para quitarles el dinero, acabó siendo asesinado en una estancia de su palacio por el jefe de los pretorianos, Casio Quereas, en el pasillo que comunicaba aquél con el circo, al que volvía el Emperador tras un descanso en uno de los espectáculos de los Juegos Palatinos. Se vengaba así, de camino, Quereas del trato vejatorio que siempre le infligió el Emperador, tratándole de afeminado e impotente.
Ahora había llegado su hora, y ya pudo empezar a alegrarse con la primera herida producida en el cuerpo de un Calígula medroso (un hachazo en el imperial cuello), que, sin embargo, no lo mató inmediatamente, aunque sí provocara en el sádico personaje gritos de dolor y desesperación. Inmediatamente acudieron el resto de los conjurados (hasta treinta de ellos con sus espadas desenvainadas) quienes, tras una estocada en el pecho propiciada por Cornelio Sabino, se ensañaron en la faena de acabar, definitivamente, con la vida del Emperador, su esposa Cesonia e, incluso, con la de la hija de ambos, una niña que fue estrellada sin piedad contra un muro. Se ponía fin, con la misma violencia sufrida, al sangriento y violento reinado de un loco que había torturado a su pueblo durante tres años y diez meses de pesadilla.
Crudelísimo incluso después de su muerte, se encontraron abundantes listas de nombres destinados a ser ejecutados. Incluso, junto a estas, fueron hallados gran cantidad de venenos destinados a cumplir de ejecutores de aquéllos, tan abundantes que, al ser arrojados al mar, envenenaron las aguas marinas, que devolvieron a las playas miles de peces muertos. Calígula (que contaba 29 años al morir) fue borrado por el Senado de la lista de los emperadores de Roma. Había sido un hombre tan malvado y despiadado con los demás como cobarde él mismo. Por ejemplo, en vida sentía un terror patológico por las tormentas, que le arrastraba debajo de las camas cuando empezaban los relámpagos.
Murió, como ya se ha dicho, muy joven, y nadie sabría nunca lo que hubiera podido ser su reinado de vivir más años. Como en el caso de tantos personajes polémicos o indeseables, el cine no lo dejaría escapar, siendo uno de los films más conocidos uno seudo porno del escandaloso director Tinto Brass titulado Calígula. 

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lunes, 18 de abril de 2011

Abderramán I







(o Abd al-Rahmán) Primer emir independiente de Córdoba (Damasco, 734 - Córdoba, 788) Nieto del califa Hisham de Damasco, fue uno de los escasos miembros de la dinastía Omeya que consiguieron escapar a la matanza de Abú Futrus, que llevó al poder a los Abasidas en el año 750.


Durante cinco años viajó huyendo de un lugar a otro del norte de África, hasta encontrar refugio entre los beréberes de la tribu Nafza, cerca de Ceuta, de la que era originaria su madre. Con el apoyo de los sirios que habían servido a los Omeyas y aún permanecían en España, consiguió pasar a la Península: en el 755 desembarcó en Almuñécar (Granada) y un año más tarde derrotó al emir Yusuf al-Fihrí y tomó Córdoba, en donde fue proclamado emir independiente de Al-Ándalus. 

Sus 32 años de reinado fueron bastante turbulentos, con continuas rebeliones: una de ellas, encabezada por el antiguo emir, acabó con la ejecución de éste en el 759. Otra, protagonizada en el 777 por varios jefes árabes del nordeste peninsular, contó con el apoyo de Carlomagno, quien dirigió una expedición contra Zaragoza; la ciudad, aunque tomada por los rebeldes, no se entregó al rey de los francos, y en la precipitada retirada, éste perdió su retaguardia, mandada por el duque de Bretaña, Roldán, bajo el ataque de montañeses vascos en el desfiladero de Roncesvalles (gesta celebrada en la Chanson de Roland); las divisiones entre los rebeldes permitieron que Abderramán realizara una espectacular demostración de fuerza, con una campaña militar que recorrió Navarra, Aragón y Cataluña. 

Abderramán consiguió mantenerse en el poder con el apoyo de un buen ejército, formado en su mayor parte por mercenarios beréberes; consolidó así a la dinastía Omeya, derrocada en Oriente, al frente de un emirato español cuya organización calcó del califato oriental; e inició la construcción de la mezquita de Córdoba, que quedaría para la posteridad como símbolo de aquel primer esplendor de la España musulmana.

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