Durante el Imperio Antiguo, los faraones se enterraron en pirámides, las mayores de las cuales están en Gizeh. Pero ¿por qué se alzaron aquí? ¿Y quién y cómo las construyó?
Viéndola en la actualidad, se hace difícil imaginar que hace 4.500 años la meseta de Gizeh era un paraje desolado en el que apenas asomaba por entre las dunas y el inclemente sol de Egipto la entrada a alguna tumba. Actualmente nuestra mente queda confundida por la majestuosidad e imposible altura de los tres edificios que la ocupan, las gigantescas pirámides de piedra en las que se enterraron tres soberanos de la dinastía IV: Keops (146 m de altura), Kefrén (143 m) y Micerino (66 m). El primero en cambiar el perfil de la meseta fue Keops, que la eligió para alejarse de las magníficas pirámides erigidas por su padre, Esnofru, en Dashur. Gizeh reunía varias características que la convertían en un emplazamiento ideal, como eran ser una meseta elevada sobre el horizonte (lo que hacía que se viera mejor la pirámide), estar justo enfrente de Heliópolis (la sede del culto al dios solar Re) y estar situada justo al sur de Letópolis, una ciudad sagrada donde se adoraba a una variedad del dios halcón Horus. Por otra parte, como en Gizeh ya había varias tumbas se trataba de un terreno en cierto modo santificado y apto para acoger la tumba de un faraón. Tras Keops reinó su hijo Didufri, que erigió su pirámide en Abu Roash. Le sucedió su hermano Kefrén, también hijo de Keops, que construyó su tumba en Gizeh. En la siguiente generación, la de los nietos de Keops, se reprodujo el mismo patrón: Baufre, hijo de Didufri, construyó su tumba fuera de Gizeh, mientras que Micerino, hijo de Kefrén, erigió la suya en Gizeh. Parece que dos ramas de la familia de Kefrén se estuvieron repartiendo el poder durante un par de generaciones. El caso es que cada faraón que levantó su tumba en Gizeh lo hizo atendiendo a unas sencillas normas que ordenaron de forma armónica los tres complejos funerarios sobre la meseta: la fachada del templo alto de Kefrén está alineada con la cara oeste de la pirámide de Keops, y la fachada del templo alto de Micerino está alineada con la cara oeste de la pirámide de Kefrén. Al mismo tiempo, la línea imaginaria que, aproximadamente, une las esquinas sureste de las tres pirámides apunta hacia el templo de Re en Heliópolis. Las pirámides de Gizeh no se distribuyen aleatoriamente por la meseta, pero no fue pretensión de los arquitectos remedar con ellas a las tres estrellas del cinturón de Orión, por muy sugestiva que sea la hipótesis. Gracias a los hallazgos de complejos funerarios en Gizeh hemos podido saber cosas muy interesantes sobre cómo era el trabajo de las algo más de 5.000 personas que parece haber podido albergar el poblado. El estudio paleopatológico de sus huesos nos muestra que se trataba de una labor muy dura que producía lesiones en la espalda y muchas roturas de brazos. Los 5.000 habitantes del poblado de los trabajadores parecen muy pocos y, sin embargo, fueron más que suficientes para levantar la Gran Pirámide, porque, increíblemente, los egipcios eran capaces de erigir estos edificios con gran rapidez. Levantar una estructura de más de cien metros de altura no es cosa baladí: requiere esfuerzos perfectamente coordinados y un cuidadoso planteamiento, que empezaba por los planos y las maquetas utilizados para diseñar el edificio, de los cuales se conocen varios ejemplos. Gracias a las inscripciones en los bloques de piedra sabemos ciertas cosas sobre el proceso de construcción. Una de las más interesantes es que, al contrario de lo que piensa mucha gente, las pirámides se construían durante todo el año y no sólo en la época de la inundación. Un detalle importante a la hora de intentar dilucidar cómo se pudieron construir las pirámides es que las hay de muchos tipos y no todas se hicieron igual. Para desplazar bloques que pesan varias toneladas de peso, la técnica debió de ser muy diferente. Las piedras que componían el núcleo de cualquier pirámide procedían de una cantera cercana, que en el caso de las de Gizeh se halla seiscientos metros al sur de la pirámide de Keops. Desde allí, las piedras eran transportadas hasta la pirámide por medio de rampas. La superficie de arrastre podía estar embutida con maderos para facilitar el deslizamiento de los trineos sobre los que iban montados los sillares. La misma forma piramidal del edificio facilitaba su construcción, pues en el tercio inferior de la pirámide queda concentrado el cuarenta por ciento de su volumen. Continuar subiendo las piedras más allá de ese tercio inicial suponía un reto que no sabemos exactamente cómo lo solucionaron los egipcios. Con todo, el método más aceptado entre los egiptólogos para elevar bloques es una rampa que envolvía el edificio, con acceso de los bloques desde dos puntos, quedando descartada la rampa única perpendicular.
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