lunes, 28 de noviembre de 2011


Augusto, el heredero de Julio César
Tras el asesinato de César en 44 a.C., Octavio, su heredero, tuvo que hacer frente a numerosos enemigos. El más peligroso fue Sexto Pompeyo, que con su flota puso en jaque al futuro emperador.

En el 38 a.C., Octavio aún celebraba en Roma el logro de la paz con Marco Antonio cuando una revuelta estalló en Sicilia. Al mando de una flota de «piratas», Sexto Pompeyo plantearía al futuro emperador de Roma el mayor desafío de toda su carrera. En el año 40 a.C., la situación en Roma era de gran incertidumbre. Habían pasado cuatro años desde el asesinato de Julio César a manos de un grupo de conspiradores que deseaban restablecer el régimen republicano, y en el recuerdo de todos estaban muy frescos los tristes episodios que siguieron al magnicidio: batallas en provincias, salvaje persecución política en la propia Roma, hambres y carestía... La derrota de los asesinos de César en la batalla de Filipos (42 a.C.) no había aclarado el panorama, sobre todo porque los dos hombres que aspiraban a heredar la posición de César mantenían las espadas en alto: Marco Antonio, que se había instalado en Grecia y el Oriente, y Octavio, hijo adoptivo del dictador, que pese a su juventud (tenía apenas 22 años) había sabido hacerse fuerte en Roma. Ambos habían formado un triunvirato con un tercer personaje, Lépido, asentado en África. Pero el acuerdo no había impedido que se desataran hostilidades en Italia entre Augusto y los aliados de Marco Antonio, en la llamada guerra de Perugia. El resultado fue el tratado de Brindisi, un acuerdo que establecía la renovación del triunvirato por cinco años más y consagraba la división de los dominios de Roma en dos partes bien diferenciadas: el oeste, incluida la Galia, se reservaba a Octavio, mientras que Marco Antonio se quedaba con Oriente desde Macedonia. Lépido, siempre en segundo plano, conservaba la provincia de África. El acuerdo se selló con un enlace matrimonial. La unión de Antonio y Octavia ofrecía la oportunidad perfecta para consolidar la paz entre ambos rivales. Pero este risueño panorama quedaba ensombrecido por la actuación de un hombre: Sexto Pompeyo, el hijo menor de Pompeyo el Grande, el que fuera gran rival de Julio César.Después de que, en el año 45 a.C., César derrotase a los pompeyanos en la batalla de Munda, Sexto Pompeyo había conseguido escapar a África y luego a Sicilia, donde organizó la resistencia contra César y su facción. Construyó allí una poderosa flota dirigida por marinos nativos y se convirtió en un personaje con el que había que contar. Los triunviros lo declararon enemigo del Estado, pero a este líder acudieron como las moscas todos los proscritos que escaparon de los asesinatos del triunviro. La flota de Pompeyo comenzó a atacar la Italia del sur y a cortar los suministros de trigo a Roma, con lo que provocó la carestía en la capital, el descontento en la plebe y un fortísimo dolor de cabeza a Octavio. Con nuevas fuerzas, Sexto Pompeyo amplió su base de poder y conquistó Córcega y Cerdeña. La amenaza sobre Roma, y sobre Octavio en particular, no podía ser más acuciante. La situación en la capital se enrareció. Marco Antonio aconsejó a Octavio llegar a un acuerdo con el díscolo hijo de Pompeyo y con los republicanos que lo apoyaban. Por el llamado pacto de Miseno, de mediados del año 39 a.C., Sexto recibiría legalmente las tres islas centrales del Mediterráneo (Sicilia, Cerdeña y Córcega), además del Peloponeso en Grecia. Pero no pasó mucho tiempo antes de que el almirante pompeyano Menedoro hiciera defección, y entregara Córcega y Cerdeña a Octavio. Lógicamente, Sexto no aceptó esta entrega y declaró la guerra a Octavio. La paz apenas había durado unos meses. La primera fase del conflicto se saldó con una estrepitosa derrota de la flota octaviana en el estrecho de Messina, en el año 38 a.C. La campaña final de la guerra se desarrolló en el año 36 a.C. Después de sufrir el embate de un temporal, y para no perder toda su flota, Octavio decidió volver a Italia, pero Sexto lo interceptó. La batalla naval subsiguiente fue una derrota sin paliativos de Octavio. El triunviro escapó en un solo barco; incluso, desesperado, pensó en suicidarse. Ya en la costa, Octavio se ocultó durante un tiempo en una cueva; su brillante carrera estaba arruinada. Sin embargo, tras unos días de incertidumbre, Octavio pudo regresar junto a sus tropas y reunir a sus legiones con las de Agripa en Tíndari, ciudad que finalmente logró tomar. Sexto sufrió la mayor derrota de su vida en Nauloco. Octavio había conseguido todo lo que se había propuesto: eliminar a Sexto Pompeyo de la escena político y militar, reducir a la nada a uno de los triunviros, y echar del Occidente y del centro romano al otro. El camino para convertirse en único dueño de Roma parecía allanado.

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