Destruida por un terrible incendió en 1666, Londres fue
reconstruida rápidamente hasta convertirse en la capital más poblada y próspera
de Europa, pero también una de las más peligrosas.
Devastada por un incendio en 1666, la capital de
Inglaterra se recuperó en las décadas siguientes hasta convertirse en la ciudad
más poblada y próspera de Europa, en la que los aristócratas y banqueros se
codeaban con mendigos, prostitutas y delincuentes. En octubre de 1708,
Christopher Wren veía cómo llegaba a su término la mayor obra de su carrera de
arquitecto: la catedral de San Pablo en Londres. Su hijo fue el encargado de
colocar la última piedra del edificio, en el extremo de la linterna que
coronaba la espectacular cúpula del templo. Londres tenía ahora una iglesia que
podía rivalizar, por sus dimensiones y por su estilo clásico, con la basílica
de San Pedro, en Roma, lo que no dejo de despertar recelos entre muchos
londinenses, de religión protestante y de sentimientos anticatólicos. Aun así,
la magnificencia del edificio cautivó a la mayoría. La nueva catedral era el
símbolo más visible del auge de la capital de Inglaterra. Cuarenta años antes,
en 1666, Londres había sido arrasada por un terrible incendio, que se propagó
imparablemente entre las casas con paredes y techos de madera y paja.
Cuatrocientas calles, trece mil casas y ochenta iglesias, entre ellas la
antigua catedral gótica de San Pablo, fueron pasto de las llamas. Pero el
gobierno de Carlos II y las autoridades municipales se apresuraron a organizar
la reconstrucción de la ciudad, y mucho antes de que terminaran los trabajos en
San Pablo, Londres volvía a vibrar con sus calles atestadas de comerciantes y
artesanos, sus activos muelles en el Támesis, sus tabernas y cafés y sus
concurridos parques. Con sus 600.000 habitantes, Londres era la ciudad más
poblada de Europa, por delante de París y Nápoles. Ese crecimiento reflejaba el
poder que toda Inglaterra había alcanzado. El Reino Unido de Gran Bretaña, como
pasó a llamarse en 1707 al aprobarse el Acta de Unión por la que se ratificó la
incorporación del reino de Escocia, se había convertido en un reino
militarmente fuerte, con una potente marinade guerra, y que dominaba un
embrionario imperio ultramarino. A lo largo del siglo XVIII, Londres se fue
convirtiendo en lo que hoy denominaríamos una ciudad moderna. Tras el incendio
de 1666, la ciudad se expandió más allá de los límites de sus murallas
medievales, la denominada City, que sin embargo siguió funcionando como centro
económico. Esa expansión se desarrolló siguiendo el curso del Támesis, hacia el
oeste, hasta la zona en torno al palacio de Westminster, sede del Parlamento, y
el palacio de Whitehall, residencia de los reyes ingleses hasta su destrucción
por un incendio en 1698, cuando fue reemplazado por otro palacio en las
proximidades, Saint James. En Westminster y en la zona de comercio y de
esparcimiento que hoy se llama West End, la construcción estaba regida -y lo
sigue estando- por un contrato de usufructo o lease, concedido a los
constructores por los dueños aristocráticos de la zona. De ahí la uniformidad
de las fachadas de las casas y también la abundancia de espacios verdes
privados y protegidos en esta zona de sofisticada arquitectura urbana. Las clases
acomodadas -hombres de carrera, industriales, banqueros y comerciantes
importantes- se instalaron en los nuevos barrios, en torno a calles comerciales
como Oxford Street. En el oeste de la ciudad también se crearon parques
públicos, como el de Saint James -acondicionado según un modelo francés por
Carlos II en la década de 1660- y, algo más tarde, Hyde Park. Pese al auge del
oeste de Londres, la ciudad antigua, la
City, no decayó. Al contrario. Se derribaron las antiguas
puertas medievales, para que las calles «fueran más saludables y estuvieran
mejor ventiladas» y también para facilitar la circulación de personas y
mercancías. En la City
se encontraban las grandes instituciones económicas del país: el Banco de
Inglaterra, la Bolsa,
las compañías de comercio ultramarino y las compañías de seguros como Lloyd’s,
que tomó su nombre del café que regentaba su fundador, Edward Lloyd, en
laLombard Street. En la City
se encontraban también las redacciones de periódicos, pues a principios del
siglo XVIII Londres ya disfrutaba de los comienzos de una prensa regular. La
población de Londres aumentó gracias a una constante inmigración desde las
provincias. Estos londinenses de adopción eran a menudo jóvenes que se veían de
repente expuestos a los riesgos y tentaciones de la vida en una gran ciudad.
Más de la mitad de los ciudadanos de Londres vivían precariamente y se veían
forzados a recurrir a la caridad cuando caían en el paro, la enfermedad o la
vejez. Muchos londinenses vivían en condiciones de hacinamiento e insalubridad.
Sin aire, malolientes, los pasajes estrechos sin luz ofrecían cobertura para
ladrones y prostitutas comunes (muchos extranjeros describieron la abundancia
de prostitutas en la capital inglesa, incluso niñas de doce años). Según
testimonian los viajeros que llegaban a la ciudad, por las calles pululaban
enanos y hermafroditas, animales, marionetas, prestidigitadores, curanderos y
sacamuelas. No era difícil tampoco asistir a una pelea de gallos. Londres era,
pues, en el siglo XVIII una ciudad de contrastes, como lo seguiría siendo
durante la era victoriana.
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