En el año 218 a.C., Aníbal decidió atacar a los romanos en su propio suelo. Para ello emprendió con su ejército la peligrosa travesía de los Alpes, enfrentándose al frío, al hielo y a las tribus hostiles.
En la primavera del año 218 a.C., Aníbal se encontraba cerca de Qart Hadasht (la actual Cartagena) al mando de un imponente ejército: 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 58 elefantes. Su propósito era lanzar un gran ataque contra Roma, y, dado que carecía de una flota lo bastante grande como para trasladar su enorme ejército por mar, había decidido marchar a pie desde Iberia hasta Italia. Acababa de conquistar Sagunto tras un duro asedio de ocho meses: la caída de esta ciudad aliada de los romanos significó, de hecho, el inicio de una nueva guerra abierta contra Roma, la segunda guerra púnica (218-201 a.C.). Aníbal emprendió, pues, la marcha hacia el norte. Tras cruzar el Ebro se encontró con una feroz resistencia de las tribus iberas entre este río y los Pirineos: ilergetes, bargusios, arenosinos, andosinos, ausetanos. Para someterlos tuvo que dejar en la zona un nutrido destacamento, lo que, unido a las bajas en combate y las deserciones, hizo que cruzaran los Pirineos sólo 50.000 hombres, 9.000 jinetes y unos 37 elefantes. Así se internó en el sur de la Galia, donde esperaba conseguir el apoyo, o al menos la neutralidad, de las tribus indígenas, en especial de los insubres, que se hallaban indispuestos con los romanos por los constantes ataques de sus legiones en la Galia Cisalpina -la Galia al sur de los Alpes-. Roma, por supuesto, no permaneció inactiva, sino que decidió responder enviando un ejército consular al mando de dos reputados políticos y militares: Cneo y Publio Cornelio Escipión, tío y padre, respectivamente, del famoso Escipión el Africano -el futuro vencedor de Aníbal-. La idea de los Escipiones era detener a Aníbal antes de que cruzara el Ródano y marchara sobre Italia siguiendo el litoral mediterráneo, pero es aquí donde la historia sufre un sorprendente giro. Aníbal hizo algo inesperado: rehuyó el enfrentamiento con las legiones y dirigió su ejército hacia el norte, siguiendo el curso del Ródano. Los romanos no entendían nada. ¿A dónde se dirigíaAníbal? El general cartaginés había decidido cruzar los Alpes para invadir Italia a través de la llanura del Po. Para ello debía remontar el Ródano en busca de un paso por la cordillera, pero encontró obstáculos desde el primer momento. El jefe púnico estaba a punto de quedar atrapado entre dos enemigos: los volcos, un pueblo hostil y belicoso, a un lado y los romanos al otro. Los volcos sufrieron una enorme mortandad y Aníbal pudo proseguir su avance sin intromisiones. Los romanos llegaron dos días más tarde para encontrar un inmenso mar de cadáveres sobrevolado por una nube de buitres: un anuncio del poder destructivo de Aníbal, que se acercaba poco a poco hacia Roma. El cruce de los Alpes fue la más penosa de todas las pruebas que tuvo que afrontar el ejército de Aníbal en aquel épico periplo: primero fue el frío, luego el viento gélido y la nieve, y, por fin, las tribus de las montañas que, al igual que en el norte de Iberia, atacaban continuamente a los cartagineses que avanzaban por los angostos desfiladeros de unos pasos alpinos casi impracticables. Aunque durante años tuvo en jaque a los romanos en Italia, Aníbal nunca se decidió ir a Roma. Al final regresó a Cartago debido a la falta de refuerzos.
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